domingo, 17 de diciembre de 2017

Buzali. El origen - Prólogo

Norte de Albania, 1975

—¡Hazlo Aleksander! Es tu deber como gheg.
El joven tenía agarrado al hombre por la cabeza con el filo de la navaja apoyado en su cuello. Miró a su padre. Un atisbo de duda surgió en sus ojos.
—No te lo repetiré. Son nuestras leyes. El fis así lo ha decidido.
Aleksander dudó apenas un segundo más y acto seguido rebanó la garganta de aquel hombre, sintiendo como la afilada hoja rasgaba la carne sin problemas.
Al soltarlo, el tipo se desplomó en el suelo.
El joven miró a su padre de nuevo y este pudo ver un brillo diferente en aquellos ojos azules. Se mantuvo apenas un par de segundos, pero hubiese jurado que el placer había sustituido por un momento a la duda anterior.
—Es nuestro derecho ¿lo sabes, no?
—Sí, padre. Sé que nuestro código nos permite acabar con todos los varones de la familia. Este era el último. Ahora, la violación de madre ha sido vengada.
—El fis decidió que debías intervenir en la Gjakmarrja. Tienes la edad suficiente para cumplir la venganza de sangre.
Aleksander sabía que a los quince años los varones de su familia se iniciaban en la vida adulta. Su madre había intentado retrasarlo. Pero con lo sucedido, había llegado el momento.
Hacía un mes, su madre había salido de casa al mercado como cada mañana, pero esa vez no regresó. La encontraron al cabo de varias horas. Había sido violada, tenía la cara destrozada por la paliza que había recibido. El charco de sangre a sus pies hacía presagiar que el bebé que esperaba estaba muerto. Aun así, logró encontrar la manera de escribir con su propia sangre una palabra:
“Koma”.
Agim, el padre de Aleksander, llevó a su mujer, Blerta, en brazos hasta su casa. La noticia se había extendido como la pólvora y, al llegar, el fis por completo les aguardaba.
—Desde el siglo XV, en nuestra amada Shqipëria impera la ley del kanun. Los gheg hemos ocupado desde siempre la zona norte del país. Nos avala el derecho de la venganza de sangre. Haremos justicia y ningún varón del clan Koma quedará con vida.
Aleksander rememoró las palabras que hacía un mes había pronunciado Gjon. Lo que no llegó a imaginar entonces era cuánto se podía disfrutar quitándole la vida a otra persona. En contra de lo que había supuesto, la hoja de la navaja no encontró obstáculo alguno. La hundió en el cuello de aquel hombre y la deslizó abriendo su garganta en dos. Ahora yacía a sus pies y él sintió un suave  cosquilleo que le hizo estremecerse.
Uno a uno, todos los miembros varones de la familia Koma, sin importar su edad, habían sido ajusticiados por el clan Buzali.
El fis decidió que Aleksander se ocupase del último que quedaba con vida.
Aquel Koma había huido. Se hallaba oculto en Junik, a varias horas de su ciudad. El soplo les había llegado dos días antes. Agim emprendió el viaje con su hijo hasta aquella localidad. Aguardaron durante los dos días el momento idóneo para culminar la venganza.
El tipo estaba solo en la casa. Era una construcción individual alejada del centro de la ciudad. Aquello les facilitaba la tarea. Había oscurecido cuando Agim se acercó a la puerta. Sabía lo que tenía que hacer para abrirla. Aquella mañana, mientras Koma salió de la casa, había aprovechado para examinarla. Consiguió la herramienta necesaria para acceder a la vivienda. La cerradura no presentaba complicaciones y en cuestión de segundos los bulones estuvieron fuera de su sitio, haciendo que la puerta les dejase el paso libre.
Al fondo, un débil resplandor indicaba que en la última habitación, la luz estaba encendida. Agim desenfundó una pistola y se dirigió hacia allí. Las suelas de goma de sus respectivos calzados amortiguaban los pasos. En el más absoluto de los silencios llegaron a la habitación. Koma se encontraba de espaldas a ellos, sentado en un sofá con una bandeja, de lo que a todas luces parecía la cena, sobre su regazo.
Agim llegó hasta él todavía con sigilo y apoyó el arma en su cabeza.
—¿Pensabas que podías escapar?
El hombre levantó las manos.
—¡Por favor, no lo hagas! No tengo nada que ver. Fue mi primo, Pavli. Llevaba muchos años separado del clan familiar. Sus padres le echaron del fis. No querían verse envueltos en sus actos.
Había regresado de Italia hacía dos días. Al final nos ha arrastrado a todos con él. He visto morir a todos los hombres de la familia Koma sin culpa ninguna. ¡Por favor! Se lo suplico, no quiero acabar como ellos.
—Es demasiado tarde. Si aquella noche hubieseis entregado a Pavli y pedido perdón, quizás nuestro clan se hubiese apiadado de vosotros. Pero lo protegisteis y negasteis los hechos. Mi Blerta perdió al bebé debido a la violencia que usó contra ella. Lleva desde entonces como loca. La tenemos que obligar a comer. Por las noches se sume en un inquieto sueño del que despierta por los gritos que le provocan las pesadillas que tiene. Por el día llora, llora amargamente la pérdida de su hijo no nacido. Así que ahora, ya no hay perdón ni clemencia para ningún Koma. Todos vosotros sois responsables de lo que hizo Pavli y como tal debéis pagar.
Agim mantenía el arma encañonada en la cabeza de Koma. Se colocó delante de él e hizo un gesto a Aleksander.
—Quiero que veas la cara del hombre que va a acabar con tu vida.
El muchacho se colocó al lado de su padre y mirando a Koma a los ojos sacó la navaja de su bolsillo. Acto seguido, tras otra indicación de Agim, rodeó el sofá y poniéndose detrás del hombre le sujetó la cabeza mientras colocaba la navaja contra su cuello.
Koma sintió el temblor en las manos del joven y por un momento pensó que no todo estaba perdido. Quizás aquel muchacho no se atreviese a dar el paso que acabaría con su vida.
—¡Por favor! —suplicó de nuevo—. Tened piedad de mí.
—Con la familia Buzali no se juega —contestó Agim.
En aquel momento Koma supo que no había nada que hacer. Cerró los ojos y esperó su final.


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