Aquella
noche era como otra cualquiera, con la salvedad de que era diferente.
Como tantas otras noches se dirigía hacia casa, después de un largo
día de trabajo.
Las
luces que alumbraban la calle bailaban con ligeros destellos entre
los copos que las densas nubes escupían. Se arrebujó, levantando
los cuellos de su abrigo, en busca de un calor que no conseguía
reconfortarle.
Las
estaciones se sucedían, los años se colaban uno detrás de otro y
su vida parecía no tener ni principio ni fin. Aquella noche, igual a
tantas y diferente a todas, sus decisiones no parecían tan claras.
El
crimen descansaba, las calles estaban desiertas, hasta las
prostitutas parecían tener mejores planes. Sintió el peso de su
placa y su pistola. En momentos como aquel, se convertían en la
carga más dura que portar.
Algo
llamó la atención a su espalda, pero no se giró, no lo necesitaba.
Conocía a la perfección la sensación. Eran sus sombras que,
aquella noche, reclamaban más atención de la habitual. Aceleró el
paso sin ganas de llegar a ningún lado. Nadie le esperaba.
A
su mente llegó una imagen, la última. La vio al pie de la escalera,
con la maleta en la mano.
—¿De
verdad es lo que quieres? —le había preguntado con los ojos
rasgados.
Así
lo había decidido. Ella le había dado la posibilidad de que todo
hubiera sido diferente. De no tener que cargar con las sombras que
día y noche lo atormentaban. La posibilidad de que el frío acero de
su pistola no se clavase en su costado cada anochecer.
A
lo lejos, entre la nieve, vislumbró unos faros que se perdían en la
tormenta.
—¡Otro
solitario! —se escuchó decir.
Continuó
su camino, sin apenas notar que la humedad de la noche iba calando su
abrigo. Arrastró su alma por las calles abandonadas al frío
invierno.
Al
abrir la puerta de su casa, se paró y olió. Era su perfume. Después
de tantos años se mantenía en el aire, ¿o acaso era su imaginación
que le volvía a jugar una mala pasada?
Tiró
su abrigo al suelo, se deshizo del arnés que llevaba sobre sus
hombros y dejó de sentir el frío metal en su costado. Fue hasta la
mesa y se sirvió un vaso doble de whisky. Se dirigió hacia el
espejo y levantó la copa.
-¡Feliz
Navidad!
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