miércoles, 14 de junio de 2017

UNA CHICA NORMAL



Las luces de los vehículos que venían de frente herían sus pupilas. Giró la mirada hacia el asiento del copiloto y pudo ver ese perfil que momentos antes había llamado su atención. Estaba inmóvil, dormido…
Mira a la carretera ¿No querrás tener un accidente, verdad? –la voz sonó alta y clara.
Volvió a prestar atención a las líneas blancas de demarcaban el carril.
Conocía aquella voz desde siempre, la acompañaba desde niña para indicarle cómo actuar. Iba y venía, no se quedaba permanentemente, pero al final siempre regresaba.
Hacía un par de horas había vuelto. Ella estaba en casa, tranquila, disfrutando de un té caliente y entonces la oyó.
¡Salgamos a divertirnos!
Intentó no hacerle caso, pero era muy insistente.
Lo pasaremos bien. ¡Venga! No seas tonta…, sabes que lo estás deseando.
Así que dejó la taza de té sobre la mesa y se dirigió a su vestidor.
Eligió un discreto vestido con motivos florales.
Ese no –dijo la voz–. Ponte algo sexy.
Sabía que no podía luchar contra ella. Así que guardó el vestido y esta vez se decidió por uno negro ajustado y con un escote que apenas dejaba nada a la imaginación. Terminó de subirse las medias de cristal y se calzó unos tacones de aguja. Plantada frente al espejo no pudo negar que le gustaba la imagen que éste le devolvía.
Eso está mucho mejor –aprobó la voz.
Salió de la casa. Y esperó al ascensor.
¿Qué te parece el último garito de moda? Lo acaban de abrir y todavía no lo conocemos.
Pulsó el botón de la planta baja y llegó al parking. Se encaminó hacia su coche, arrancó y puso rumbo a su destino.
La puerta estaba abarrotada de gente que intentaba entrar. Chicago era enorme, con cientos de lugares en los que pasar una noche de fiesta, pero hacía un par de noches que habían inaugurado aquel lugar y la ciudad entera parecía pelearse por visitarlo.
Será complicado entrar.
Hazlo como te he enseñado y no tendremos problemas.
Buscó con la mirada a uno de los aparcacoches que había. Captó su atención y el joven acudió presto a su lado.
¿Puedes aparcarlo? –había acercado su boca al oído del joven y sintió como a éste se le erizaba la piel.
Lo dejo en tus manos –dijo colocando las llaves entre los dos.
No se preocupe, yo me encargo –contestó tragando saliva.
Se dirigió con paso seguro hacia la puerta. Antes de llegar se aseguró de estar en el ángulo de visión del portero. Abrió su abrigo y dejó que su escote saliese a la luz.
Seguro que hay sitio para una chica sola en busca de un buen rato –le dijo al llegar a su altura.
El hombre la miró de arriba abajo. Abrió el cordón de seguridad y le cedió el paso.
Disfruta de la noche.
Lo haré, no lo dudes –contestó ella.
Una vez dentro esperó a que sus ojos se acostumbrasen a la penumbra del local. Se dirigió a la barra y pidió un whisky.
¿Algo fuerte para empezar, no?
Se giró.
Para qué esperar… –respondió ella.
El hombre que estaba a su lado era agradable. Elegante, guapo y olía de maravilla.
Este no…, pensó. Pero la voz no le dio opción.
Ha sido más fácil de lo que esperaba. Es perfecto, ¿no te parece?
¿Puedo invitarte? Tengo una mesa, allí –indicó señalando uno de los laterales del local.
Ella asintió y el hombre pagó la copa.
Comenzaron a hablar. El parecía encantador, aun así ella no escuchaba nada de lo que decía. La voz lo inundaba todo.
No puedo esperar, no puedo esperar… –en aquellos momentos parecía una niña ansiosa por abrir su regalo.
Voy al servicio –dijo ella–. Regreso enseguida.
En el tocador se retocó el maquillaje. Buscó en su bolso una pequeña cápsula y la colocó en su mano. Paró en la barra y pidió dos bebidas. Vació en contenido en una de las copas y regresó a la mesa.
Te he pedido otro trago. Cuando lo terminemos podríamos ir a un lugar más íntimo –sugirió ella.
El hombre apuró la bebida.
Cuando quieras.
Habían salido del local y se habían montado en el coche de ella. La droga había hecho su efecto y el hombre estaba inconsciente a su lado.
Abandonó la ciudad y se dirigió al norte. Llegaría a la cabaña antes de que amaneciese. Una vez que abandonó la carretera nacional y entró en una estatal, paró el vehículo. Sacó de la guantera una cajita. Llenó la jeringuilla y se la inyectó en el brazo al tipo. No quería que éste despertase antes de llegar a su destino.
La amortiguación del coche se comenzó a quejar nada más entrar en el camino. Había dejado atrás la civilización y se encontraban en medio de la nada. Grandes coníferas, álamos y cedros, se iban sucediendo a los laterales del sendero.
Llegaron a la cabaña. Aislada del mundo era el lugar idóneo para sus propósitos.
Se quitó los tacones y en su lugar se calzó unas viejas botas de monte que llevaba en el maletero. La temperatura exterior era muy baja, pero la explosión de adrenalina que en estos momentos corría por su cuerpo hacía que no la sintiera.
Cargó con el hombre y a rastras lo metió en la cabaña. Olía a cerrado, hacía algo más de un mes que no la visitaba. Lo colocó encima de una gran mesa rectangular de madera. En tiempos había sido de color claro, pero ahora era oscura, rojiza, casi negra. Se había ido tintando con la sangre de sus víctimas.
Antes de seguir, miró al hombre una vez más. Se quedó de pie junto a él. Podría haber sido diferente. ¿Y si daba marcha atrás? Tal vez él no recordase nada. Podría convertirse en una mujer normal. Comenzar una relación con él.
Sabes que no puedes –la voz volvió a dejarse oír–. Tienes que acabar lo que has empezado.
Ella no le hizo caso. Fue hasta la mesa auxiliar en la que varios cuchillos estaban dispuestos de manera pulcra y ordenada. Cogió uno de ellos y lo acercó a su vientre. Podía hacerlo, acabar con todo. De esa manera aquella horrible voz callaría para siempre. Y ella dejaría de ser un monstruo.
No vas a hacerlo –allí estaba de nuevo –. Sabes que no tienes el valor necesario. Hemos pasado por esto muchas veces. Haz lo que tienes que hacer.
Ella se rindió. Aquella odiosa voz tenía razón. No disponía del valor.
Regresó a la mesa, ató al hombre colocando esposas en sus manos y pies. Y esperó a que despertase. La voz lo quería así. Eran ofrendas que reclamaba y debían estar despiertos. Le gustaba ver el miedo en sus ojos. La expresión de angustia de precedía a la muerte.
Al final el tipo despertó. Tiró de las esposas para intentar mover sus manos y el frío acero se incrustó en su piel. Entonces la vio. Era la chica de la discoteca. No entendía qué hacía allí. Estaba desnudo, atado sobre una superficie fría. Observó como ella se acercaba hacia él. Sentía la cabeza embotada debido a la droga. Algo metálico brilló sobre sus ojos. No tenía muy claro lo que era, y entonces lo sintió. El metal entró profundo en su torso. El dolor se hizo insoportable hasta que de nuevo volvió el cuchillo volvió a rasgar su carne.
La voz gritaba como loca dentro de su cabeza.
¡Otra! ¡Otra más!
Con los últimos estertores del hombre ella cayó agotada en el suelo. Cuando recobró las fuerzas, cargó como pudo con el hombre. Lo colocó en una carretilla y lo llevó detrás de la casa. Cogió una pala y comenzó a cavar una tumba. Aquella parte era la más dura. Sus manos pronto comenzaron a sangrar. No le importaba, aquella sangre purificaba sus actos. Cuando consideró que el agujero era lo bastante profundo, volcó la carretilla y el cuerpo del hombre se desplomó al fondo. Echó la tierra por encima y colocó dos piedras señalando el lugar. Rezó por su alma. Al levantar la mirada pudo ver el jardín que año tras año había ido construyendo. Podía contar por cientos los rectángulos que tapizaban el terreno.
Entró en la cabaña y limpió todo. Subió a su coche y condujo de regreso a Chicago.
¿Estás contenta? –se oyó decir.
Por ahora…